viernes, 4 de mayo de 2012

Mamitas *


Smoke marihuana… El consejo me lo daba una amiga que nos escuchaba llorar a mi bebé recién nacido y a mí desde la paz de su psicodélica montaña en California. En mi posición de madre primeriza y con el archivo “crianza” extraviado, lo acepté. En aquel momento yo todavía no tenía una relación con las plantas, y esperaba algún tipo de acción homeopática que haría que el bebé dejase de llorar. Jua jua.

Pero lo que pasó fue mucho mejor. En esos breves espacios a solas con la pipa podía recuperarme a mí misma en el torbellino de los primeros tiempos del bebé. En los años que siguieron, María fue “la” aliada para desentramar los hilos del condicionamiento en relación a la maternidad, en un encuentro cada vez más profundo y espontáneo con la madre que soy. A  mi hijo mayor, poderoso chamancito, le debo la elevación de todos mis chakras y, por si fuera poco, haberme hecho conocer la marihuana orgánica.

Fue tal aquella intensidad, que me tomé quince años para tener otro hijo. Esta vez, estaba preparada. Por empezar, tenía una bolsita de hermosas flores de skunk para usar con tres fines específicos. Uno, el mencionado cable de conexión interior para cuando se hiciera demasiado entre la demanda del bebé, la sensibilidad exaltada, no dormir, el cuerpo arrasado y dividido… ¡una caladita de aire, por favor!

En segundo lugar, intuía que iban a combinar muy bien con el estado de conciencia del parto, además de colaborar con los procesos del cuerpo. Al haber pasado por un parto anterior, estaba alerta a la violencia que rodea al nacimiento en las instituciones. Papito y yo estábamos decididos a parir en libertad y de manera amorosa, sin anestesia, ni episiotomía, ni monitoreo permanente. La obstetra nos propuso hacer el trabajo de parto con su partera en casa y llegar a una clínica amigable a punto de parir.

Es difícil transmitir la vivencia de un parto, pero la siguiente metáfora podría funcionar: el momento en que se desencadena es como el instante en que terminás de ingerir una sustancia (fuerte, bien fuerte) y te das cuenta de que entraste en un viaje del cual no vas a poder bajar, no sabés adónde vas ni tenés el control de lo que te envuelve. Y, como en todo viaje psicoactivo, se va a presentar la muerte, y habrá que atravesarla entregándose sin resistencias al proceso. Y al dolor. Y al miedo.

¿Por qué hay exceso de cesáreas? Por este tremendo miedo. El de las propias mujeres y el de una sociedad que no nos acompaña.

Yo con María nada tengo que temer, me dije, y encendí la primera pipa a las siete de la mañana de aquel día de verano, cuando empezó el trabajo de parto. Me había sentado a leer en internet sobre contracciones, y lo primero que hizo María fue retirar con delicadeza mi atención de la computadora y llevarla a mi cuerpo. Ah, gracias...

Era una mañana de sol radiante y silencio dominguero. Subí a la terraza con mi cuaderno y la segunda pipa. La fumé recostada en la reposera, en el centro del rectángulo de macetas, y enseguida entré en estado expandido. El cosquilleo uterino ya empezaba a tomar ritmo e intensidad. Era la despedida del bebé dentro de  mí. Él estaba a punto de atravesar los mundos, usando como nave mi propio cuerpo. Las contracciones eran pinzas descorriendo los velos del útero y de las dimensiones. Mi conciencia estaba enfocada en detectar las tensiones innecesarias y, una vez reconocidas, soltarlas; y esa fue la clave para pilotear el viaje. Incorporada esta información, agradecí a María y a la Pachamama, y ya estaba lista. Era hora de despertar a papito y dar el salto de a tres.

El trabajo en casa fue llevadero, el dolor realmente intenso fue a último momento. Pareció eterno, pensé que no lo iba a resistir, pero según el reloj fue media hora. Llegamos a la clínica a las cinco de la tarde con dilatación completa. A los veinte minutos, en posición de cuclillas, un pujo sostenido, ¡y el pequeño cacique se manifestó! El universo se detuvo. Nuestros corazones se iluminaron. El dolor cesó de golpe. Atravesado el miedo, sólo quedaban la belleza y el Amor.

Y en esta etapa, cuando la única psicodelia posible es colgarse eligiendo pañales en el colorido estante del súper, al menos puedo activar la tercera tecla de María, la que abre las puertas de mi núcleo femenino -porque la cuarentena no es sólo física- para salir a jugar a los mimos con papito. Por ejemplo ahora, que el pequeño cacique se durmió.

 * Publicado en la revista THC


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