Smoke marihuana… El consejo me lo daba una amiga que
nos escuchaba llorar a mi bebé recién nacido y a mí desde la paz de su
psicodélica montaña en California. En mi posición de madre primeriza y con el
archivo “crianza” extraviado, lo acepté. En aquel momento yo todavía no tenía
una relación con las plantas, y esperaba algún tipo de acción homeopática que
haría que el bebé dejase de llorar. Jua jua.
Pero lo que
pasó fue mucho mejor. En esos breves espacios a solas con la pipa podía
recuperarme a mí misma en el torbellino de los primeros tiempos del bebé. En
los años que siguieron, María fue “la” aliada para desentramar los hilos del
condicionamiento en relación a la maternidad, en un encuentro cada vez más
profundo y espontáneo con la madre que soy. A mi hijo mayor, poderoso
chamancito, le debo la elevación de todos mis chakras y, por si fuera poco,
haberme hecho conocer la marihuana orgánica.
Fue tal
aquella intensidad, que me tomé quince años para tener otro hijo. Esta vez,
estaba preparada. Por empezar, tenía una bolsita de hermosas flores de skunk
para usar con tres fines específicos. Uno, el mencionado cable de conexión
interior para cuando se hiciera demasiado entre la demanda del bebé, la
sensibilidad exaltada, no dormir, el cuerpo arrasado y dividido… ¡una caladita
de aire, por favor!
En segundo
lugar, intuía que iban a combinar muy bien con el estado de conciencia del
parto, además de colaborar con los procesos del cuerpo. Al haber pasado por un
parto anterior, estaba alerta a la violencia que rodea al nacimiento en las
instituciones. Papito y yo estábamos decididos a parir en libertad y de manera
amorosa, sin anestesia, ni episiotomía, ni monitoreo permanente. La obstetra
nos propuso hacer el trabajo de parto con su partera en casa y llegar a una
clínica amigable a punto de parir.
Es difícil
transmitir la vivencia de un parto, pero la siguiente metáfora podría
funcionar: el momento en que se desencadena es como el instante en que terminás
de ingerir una sustancia (fuerte, bien fuerte) y te das cuenta de que entraste
en un viaje del cual no vas a poder bajar, no sabés adónde vas ni tenés el control
de lo que te envuelve. Y, como en todo viaje psicoactivo, se va a presentar la
muerte, y habrá que atravesarla entregándose sin resistencias al proceso. Y al
dolor. Y al miedo.
¿Por qué hay
exceso de cesáreas? Por este tremendo miedo. El de las propias mujeres y el de
una sociedad que no nos acompaña.
Yo con María nada tengo que temer, me dije, y
encendí la primera pipa a las siete de la mañana de aquel día de verano, cuando
empezó el trabajo de parto. Me había sentado a leer en internet sobre contracciones,
y lo primero que hizo María fue retirar con delicadeza mi atención de la
computadora y llevarla a mi cuerpo. Ah, gracias...
Era una
mañana de sol radiante y silencio dominguero. Subí a la terraza con mi cuaderno
y la segunda pipa. La fumé recostada en la reposera, en el centro del
rectángulo de macetas, y enseguida entré en estado expandido. El cosquilleo
uterino ya empezaba a tomar ritmo e intensidad. Era la despedida del bebé
dentro de mí. Él estaba a punto de atravesar los mundos, usando como nave
mi propio cuerpo. Las contracciones eran pinzas descorriendo los velos del
útero y de las dimensiones. Mi conciencia estaba enfocada en detectar las
tensiones innecesarias y, una vez reconocidas, soltarlas; y esa fue la clave
para pilotear el viaje. Incorporada esta información, agradecí a María y a la Pachamama,
y ya estaba lista. Era hora de despertar a papito y dar el salto de a tres.
El trabajo
en casa fue llevadero, el dolor realmente intenso fue a último momento. Pareció
eterno, pensé que no lo iba a resistir, pero según el reloj fue media hora.
Llegamos a la clínica a las cinco de la tarde con dilatación completa. A los veinte
minutos, en posición de cuclillas, un pujo sostenido, ¡y el pequeño cacique se
manifestó! El universo se detuvo. Nuestros corazones se iluminaron. El dolor
cesó de golpe. Atravesado el miedo, sólo quedaban la belleza y el Amor.
Y en esta etapa, cuando la única psicodelia posible es colgarse eligiendo pañales en el colorido
estante del súper, al menos puedo activar la tercera tecla de María, la que
abre las puertas de mi núcleo femenino -porque la cuarentena no es sólo física-
para salir a jugar a los mimos con papito. Por ejemplo ahora, que el pequeño
cacique se durmió.
* Publicado en la revista THC
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