Por Aurelia Rich
Al levantarse el telón, lo primero que impacta es el hueco en el centro del escenario: falta la batería, y este detalle es todo un manifiesto. Si en el recital de 2008 sus guitarras electrificadas lograban que en el aire flotara un tufillo a bombachas húmedas, el pasado miércoles, en el Gran Rex, Lenine convocó a un público seducido por un presente bucólico y experimental, que lo encuentra durmiendo a su nieto en la tapa de Chão, el álbum que vino a presentar.
Mientras el aire comienza a moverse con los rítmicos acordes de Isso é só o começo (paradójicamente, el último tema del disco), va entrando la banda, que incluye a su hijo Bruno Giorgi, músico y productor enChão, y encargado del diseño sonoro (guitarras, bajo, efectos electrónicos, loops). Completa el trío Junior Tolstoi, guitarrista y pianista, rodeado de multitud de racks que manipula con originalidad para acompañar tanto los leves sonidos amazónicos como las avanzadas hasta el borde del desborde rockanrollero que componen el amplio paisaje sonoro de Lenine, con quien trabaja desde el año 2000.
A partir de esta introducción, en la primera parte del recital, Lenine respeta el orden de Chão, a la vez que su estructura: temas breves, con un diálogo entre lo búlico y lo urbano, hilvanados por ruidos y sonidos que tal vez no nos detenemos a registrar, pero que son una constante para el oído en el día a día, como el canto de un pájaro, el fregar de un lavarropas, el bullir de una pava o el tránsito de una avenida.
Así, los latidos de un corazón se suman a las guitarras y la respiración del cantante para hacer sonar Se Não For Amor Eu Cegue, una canción de sonidos pequeños que resuenan en sí mismos y así se amplifican. Sigue con Amor É Pra Quem Ama, la balada en que, literalmente, canta un pajarito, que se sumó a la orquesta durante la grabación del disco para acompañar el mensaje esencial mensaje de esta obra: “qualquer amor já é um pouquinho de saúde, um descanso na loucura”…
En este punto hace un stop y por primera vez se dirige a su público:"Buenas noches", pronuncia en un español modesto. El teatro celebra, y la energía da un giro hacia la batucada cuando entra una versión deA ponte, sostenida por bases y ritmos sampleados, que suman complejidad, y son la marca de un show que intenta ir más allá de lo cómodo.
A partir de aquí, una serie éxitos acumulados desde la década del ´90, con paradas especiales en temas de Olho de Peixe (Acredite ou Não, Leão do Norte), O Dia em que Faremos Contato (A ponte, Candeeiro encantado) y con versiones un toque más experimentales del álbum que fue su fábrica de hits, Na PressãoA rede, Jack Soul Brasileiro, Tubitupy, Rua da Passagem (Transito), Relampiano, Pacienca –en el bis- colmaron los anhelos auditivos de una platea que, sin dudas, le renovó a Lenine su voto positivo.
Entretejiendo pasado y presente, los temas de Chão - Uma cancão é só, De onde vem a canção, Tudo que me falta, O silencio das estrelas- se fueron colando para formar una trama que, aunque no haya sido fogosa, combinó jungla y metal en dosis justas.
Casi sin palabras (“Los que me conocen saben que no hablo para no perder tiempo y tocar más”, explicó), el cierre que redondeó el círculo fue con Isso é só o começo. Y así Lenine dejó los latidos de su corazón reverberando sobre Avenida Corrientes.