domingo, 20 de mayo de 2012

RYUICHI Y ALVA - EL SILENCIO PERFECTO




 | 
18.05.2012

MÚSICA

El silencio perfecto

Recitales
Por Aurelia Rich
Hay días en que el silencio es tan amigable, que sólo es posible conjugarlo con música 
que no fomente los pensamientos. Ryuichi y Alva Noto tienen ese don.
Hace un año, grabaron su quinto proyecto en colaboración, de título Summvs, una combinación de las palabras latinas summa y versus, casi un koan en sí mismo, que invita a enlazar paradojas en formato sonoro: el todo y lo opuesto, la masividad del Oscar y la investigación minimal, el martilleo de un piano sutilmente humano y electrónicos artefactos con sonidos espaciales.
La puesta de esta gira que comenzó hace un año en Londres es simple: un piano de cola y, frente a él, una mesa con una computadora y muy pocos accesorios. De fondo, una pantalla alargada en la que Noto crea imágenes en tiempo real, a partir de diseños flexibles sobre los que improvisa efímeras formas visuales de los sonidos.
Sobre esta plataforma, la definición de ambient se revela. Los entornos sonoros de Summvs generan ondas sinusoidales entre estados de conciencia estelar – empezando por los nombres de los temas, que parecen inspirados en la flota de Star Treck – y armoniosas profundidades terrestres. Así, para el despegue de la noche, Alva Noto se envuelve en zumbidos, bits, breves irradiaciones de ruido blanco, frecuencias lúminicas en azul eléctrico, y Ryuichi responde haciendo caer cada nota de su piano como una gota de lluvia tibia en el barro.
Cada tema tiene un cierre redondo, y queda envuelta en un silencio perfecto, que deja suspendidas en el aire las manos de Sakamoto sobre el piano, y las de Noto sobre su equipo digital.
Laboratorio y taller
La pantalla, ahora con líneas blancas y pequeñas figuras geométricas que juegan sobre ellas, refleja los tonos metálicos, hasta latosos, que introduce el alemán, mientras reserva para sí la decisión de intervenir o no sobre cada emisión de Sakamoto. El japonés, por su parte, se propone una investigación de su instrumento, que utiliza como laboratorio y también como taller. Abre la tapa del piano y toca las teclas por dentro con la actitud de un cirujano, martilleando en busca del agudo perfecto, como si quisiera empujar el mismo límite sonoro que su compañero explora desde lo digital.
En otros paisajes, gana la hondura, lo interno, el origen que comienza a gestarse a partir de un piano resonante cual campana del Dharma. Hay ambiente de caverna, de estalacticas en formación. Es un origen que en lo musical tal vez esté expresado en el instrumento  que eligió Sakamoto para su grabación de la trilogía de temas que funcionan como eje de Summvs: Microon III y III. Se trata de un piano metamorfoseador en dieciseisavos octavos de tono – uno de los quince que hay en el mundo- creado alrededor de 1940 por Julián Carrillo, mexicano pionero de la música microtonal, quien materializó con su creación sonidos que hasta ese momento sólo podían ser considerados en abstracto.
Sin una palabra, llega un tema que es una concesión al público, que lo celebra. Sobre un fondo de constelaciones que forman rojas, orgánicas uniones atómicas, se entremezclan con sutileza los acordes de Forbidden Colours, la canción que ganó corazones –sobre todo gays- en aquella película de 1983 que conjugó los talentos de Sakamoto, Bowie, Oshima y Sylvian.
La otra perla de la noche, también rescatada en el tiempo, pero con dos reversiones en Summvs, fue By This River, de Eno, Roedelius y Moebius, un clásico del ambient que juega a la perfección con la línea precisa, minuciosa y elevada del concepto “S”.
A través de interferencias volcánicas y olas de arena fina, escalando agudos y enterrándose en graves, sin miedo a los extremos, el concierto fue llegando al final. El dúo regaló dos bises y una inclinación con las dos manos unidas. Su silencio perfecto quedó flotando en el ambiente.

LENINE EN EL GRAN REX

27.04.2012 | 





MÚSICA

El brasileño que vino del espacio exterior

Recitales
Por Aurelia Rich
Al levantarse el telón, lo primero que impacta es el hueco en el centro del escenario: falta la batería, y este detalle es todo un manifiesto. Si en el recital de 2008 sus guitarras electrificadas lograban que en el aire flotara un tufillo a bombachas húmedas, el pasado miércoles, en el Gran Rex, Lenine convocó a un público seducido por un presente bucólico y experimental, que lo encuentra durmiendo a su nieto en la tapa de Chão, el álbum que vino a presentar.
Mientras el aire comienza a moverse con los rítmicos acordes de Isso é só o começo (paradójicamente, el último tema del disco), va entrando la banda, que incluye a su hijo Bruno Giorgi, músico y productor enChão, y encargado del diseño sonoro (guitarras, bajo, efectos electrónicos, loops). Completa el trío Junior Tolstoi, guitarrista y pianista, rodeado de multitud de racks que manipula con originalidad para acompañar tanto los leves sonidos amazónicos como las avanzadas hasta el borde del desborde rockanrollero que componen el amplio paisaje sonoro de Lenine, con quien trabaja desde el año 2000.
A partir de esta introducción, en la primera parte del recital, Lenine respeta el orden de Chão, a la vez que su estructura: temas breves, con un diálogo entre lo búlico y lo urbano, hilvanados por ruidos y sonidos que tal vez no nos detenemos a registrar, pero que son una constante para el oído en el día a día, como el canto de un pájaro, el fregar de un lavarropas, el bullir de una pava o el tránsito de una avenida.
Así, los latidos de un corazón se suman a las guitarras y la respiración del cantante para hacer sonar Se Não For Amor Eu Cegue, una canción de sonidos pequeños que resuenan en sí mismos y así se amplifican. Sigue con Amor É Pra Quem Ama, la balada en que, literalmente, canta un pajarito, que se sumó a la orquesta durante la grabación del disco para acompañar el mensaje esencial mensaje de esta obra: “qualquer amor já é um pouquinho de saúde, um descanso na loucura”…
En este punto hace un stop y por primera vez se dirige a su público:"Buenas noches", pronuncia en un español modesto. El teatro celebra, y la energía da un giro hacia la batucada cuando entra una versión deA ponte, sostenida por bases y ritmos sampleados, que suman complejidad, y son la marca de un show que intenta ir más allá de lo cómodo.
A partir de aquí, una serie éxitos acumulados desde la década del ´90, con paradas especiales en temas de Olho de Peixe (Acredite ou Não, Leão do Norte), O Dia em que Faremos Contato (A ponte, Candeeiro encantado) y con versiones un toque más experimentales del álbum que fue su fábrica de hits, Na PressãoA rede, Jack Soul Brasileiro, Tubitupy, Rua da Passagem (Transito), Relampiano, Pacienca –en el bis- colmaron los anhelos auditivos de una platea que, sin dudas, le renovó a Lenine su voto positivo.
Entretejiendo pasado y presente, los temas de Chão - Uma cancão é só, De onde vem a canção, Tudo que me falta, O silencio das estrelas- se fueron colando para formar una trama que, aunque no haya sido fogosa, combinó jungla y metal en dosis justas.
Casi sin palabras (“Los que me conocen saben que no hablo para no perder tiempo y tocar más”, explicó), el cierre que redondeó el círculo fue con Isso é só o começo. Y así Lenine dejó los latidos de su corazón reverberando sobre Avenida Corrientes.

viernes, 4 de mayo de 2012

Mamitas *


Smoke marihuana… El consejo me lo daba una amiga que nos escuchaba llorar a mi bebé recién nacido y a mí desde la paz de su psicodélica montaña en California. En mi posición de madre primeriza y con el archivo “crianza” extraviado, lo acepté. En aquel momento yo todavía no tenía una relación con las plantas, y esperaba algún tipo de acción homeopática que haría que el bebé dejase de llorar. Jua jua.

Pero lo que pasó fue mucho mejor. En esos breves espacios a solas con la pipa podía recuperarme a mí misma en el torbellino de los primeros tiempos del bebé. En los años que siguieron, María fue “la” aliada para desentramar los hilos del condicionamiento en relación a la maternidad, en un encuentro cada vez más profundo y espontáneo con la madre que soy. A  mi hijo mayor, poderoso chamancito, le debo la elevación de todos mis chakras y, por si fuera poco, haberme hecho conocer la marihuana orgánica.

Fue tal aquella intensidad, que me tomé quince años para tener otro hijo. Esta vez, estaba preparada. Por empezar, tenía una bolsita de hermosas flores de skunk para usar con tres fines específicos. Uno, el mencionado cable de conexión interior para cuando se hiciera demasiado entre la demanda del bebé, la sensibilidad exaltada, no dormir, el cuerpo arrasado y dividido… ¡una caladita de aire, por favor!

En segundo lugar, intuía que iban a combinar muy bien con el estado de conciencia del parto, además de colaborar con los procesos del cuerpo. Al haber pasado por un parto anterior, estaba alerta a la violencia que rodea al nacimiento en las instituciones. Papito y yo estábamos decididos a parir en libertad y de manera amorosa, sin anestesia, ni episiotomía, ni monitoreo permanente. La obstetra nos propuso hacer el trabajo de parto con su partera en casa y llegar a una clínica amigable a punto de parir.

Es difícil transmitir la vivencia de un parto, pero la siguiente metáfora podría funcionar: el momento en que se desencadena es como el instante en que terminás de ingerir una sustancia (fuerte, bien fuerte) y te das cuenta de que entraste en un viaje del cual no vas a poder bajar, no sabés adónde vas ni tenés el control de lo que te envuelve. Y, como en todo viaje psicoactivo, se va a presentar la muerte, y habrá que atravesarla entregándose sin resistencias al proceso. Y al dolor. Y al miedo.

¿Por qué hay exceso de cesáreas? Por este tremendo miedo. El de las propias mujeres y el de una sociedad que no nos acompaña.

Yo con María nada tengo que temer, me dije, y encendí la primera pipa a las siete de la mañana de aquel día de verano, cuando empezó el trabajo de parto. Me había sentado a leer en internet sobre contracciones, y lo primero que hizo María fue retirar con delicadeza mi atención de la computadora y llevarla a mi cuerpo. Ah, gracias...

Era una mañana de sol radiante y silencio dominguero. Subí a la terraza con mi cuaderno y la segunda pipa. La fumé recostada en la reposera, en el centro del rectángulo de macetas, y enseguida entré en estado expandido. El cosquilleo uterino ya empezaba a tomar ritmo e intensidad. Era la despedida del bebé dentro de  mí. Él estaba a punto de atravesar los mundos, usando como nave mi propio cuerpo. Las contracciones eran pinzas descorriendo los velos del útero y de las dimensiones. Mi conciencia estaba enfocada en detectar las tensiones innecesarias y, una vez reconocidas, soltarlas; y esa fue la clave para pilotear el viaje. Incorporada esta información, agradecí a María y a la Pachamama, y ya estaba lista. Era hora de despertar a papito y dar el salto de a tres.

El trabajo en casa fue llevadero, el dolor realmente intenso fue a último momento. Pareció eterno, pensé que no lo iba a resistir, pero según el reloj fue media hora. Llegamos a la clínica a las cinco de la tarde con dilatación completa. A los veinte minutos, en posición de cuclillas, un pujo sostenido, ¡y el pequeño cacique se manifestó! El universo se detuvo. Nuestros corazones se iluminaron. El dolor cesó de golpe. Atravesado el miedo, sólo quedaban la belleza y el Amor.

Y en esta etapa, cuando la única psicodelia posible es colgarse eligiendo pañales en el colorido estante del súper, al menos puedo activar la tercera tecla de María, la que abre las puertas de mi núcleo femenino -porque la cuarentena no es sólo física- para salir a jugar a los mimos con papito. Por ejemplo ahora, que el pequeño cacique se durmió.

 * Publicado en la revista THC